domingo, 18 de abril de 2010

Ridículos relatos

Eduvigis


Eduvigis era una chica muy fina, todavía joven pero por decirlo de alguna forma estaba en un tris de que empezase a “pasársele el arroz”.



Se había educado, interna, en un colegio de la Obra, había interiorizado las enseñanzas de don José María en cuanto a la castidad, pero tenía que reconocer que tras una década de dejar los estudios la naturaleza le exigía tributos que no casaban con la educación recibida. Quedó huérfana joven, pero su familia le dejo en herencia unas rentas vitalicias y unas propiedades inmobiliarias que le permitían llevar una vida muelle.



Nunca había tenido carnet de conducir, pero dos meses atrás consideró que había que ir con los tiempos, y como don José María no se había pronunciado al respecto, procedió a sacarse el permiso que le permitiría desplazarse en coche como hacían todas sus amigas.



Logró aprobar el examen en un plazo algo superior del que tardaban en sacarlo los alumnos menos dotados, pero no mucho, el carnet le costó una pequeña fortuna, pero al fin lo tenía, era una mujer de su tiempo.



Se compró un coche, nada fuera de lo común, primero quería coger experiencia antes de comprar un automóvil digno de su categoría. Aunque tenía posibles era muy ahorrativa virtud que aprendió de las enseñanzas de don José María y de su fallecido padre que era prestamista y avaro. En los dos primeros meses cogió el coche dos veces, la primera vez sola y la segunda con sus amigas que declinaron amablemente posteriores invitaciones.



Un viernes al anochecer había quedado con su pandilla de amigas en un bar de copas superfashion al aire libre en el parque. Dudaba entre coger el coche o ir en taxi. Le daba pánico sumergirse en el tráfico, cosa lógica que le pasase a cualquier persona que condujese como ella. Pensó que tenía que ser ahora o nunca, ¡qué le faltaba a ella que tuviesen las demás personas que conducían¡. Una corta pregunta con una larguísima respuesta.



Se sentó ante el volante, metió la llave de contacto y miró por el retrovisor izquierdo, no venía nadie, arrancó y salió, el coche le hizo unos caballitos, sólo durante los diez primeros metros. Después, a base de castigar el embrague, normalizó la marcha. Se incorporó al tráfico de la avenida donde vivía, iba pendiente de los semáforos, en cuanto veía una luz en ámbar comenzaba a frenar prudentemente. Llegó a las cercanías del bar, la acera estaba vacía, era temprano, aparcó a unos metros de la esquina, para salir con el mínimo de maniobras. Quitó el contacto y se sintió relajada y orgullosa por haber sido capaz de tamaña proeza, pero hasta llegar allí había pasado un calvario, don José María la había ayudado.



Penetró en el bar era un lugar muy “cuco”, con tiendas moras y fuentes, como un jardín de “Las Mil y Una Noches”, había gente pero poca todavía, se sentó en un sofá de cojines bajo el toldo de una tienda y procedió a esperar a sus amigas. Pero…No iba a permanecer allí sin consumir nada para que cualquiera pensara que estaba esperando a que alguien se le acercase a invitarla. Pidió una margarita, dulce y refrescante, aunque traicionera si se abusa.



Al poco tiempo comenzaron a llegar sus amigas, Menchu y Lola. Comenzaron a hablar de cosas trascendentes como ¿has visto lo último de Belén Esteban? ¡Vaya como le han dejado la cara¡, y asuntos de esa índole. En esto se acercaron unos chicos que se pusieron a hablar con ellas. El que se acerco a Eduvigis, que pese a su nombre no era del todo fea, era un chico de unos treintitantos años que comenzó a charlar con ella, con evidentes propósitos de seducción, se llamaba Rigoberto era un joven muy varonil, de esos que nunca echarán de un club por no dar la imagen del clásico señorito sevillano.(no se asusten en Sevilla hay algún establecimiento de estos). El cabello ondulado bien peinado, con unos rizitos en el cuello, mucha brillantina. Suave aroma a Gillipyoire Pour Homme en su bien afeitado rostro. Americana de Armani azul, Camisa de marca supercara de tonos rosados, desabotonada en el cuello, por donde aparecían rizos de su vello pectoral, también se podía ver una cadena, gruesa, con una medalla de la Virgen del Rocío de oro. Tenía voz de barítono y cada vez que le dirigía alguna palabra parecía salir de su boca una vaharada de esencias masculinas con olores mentolados que le producían un extraño desasosiego en el bajo vientre, un poco más abajo quizás. Por un momento creyó que se había orinado en el salvabraguitas, tal era la humedad que sentía. Pero pronto se dio cuenta de que en realidad era producto del largo tiempo que llevaba respetando las consignas de don José María. Tomó con él un par de margaritas más. Eran ya las doce de la noche y Rigoberto que era médico y tenía que entrar de guardia tuvo que marcharse. Eduvigis pensó que una vez se hubo marchado Rigoberto, no tenía sentido seguir allí. Se levantó, se despidió de sus amigas y se dirigió a la puerta.



Tal vez fuera por las margaritas, o tal vez por la sobreexposición a la testosterona de Rigoberto, o quizás tal vez por su memez congénita (aunque a esto estaba acostumbrada), se encontraba algo desorientada. Salió a la calle y se dirigió a su coche, había muchos ahora tras el suyo, afortunadamente como lo había dejado el primero de la hilera le sería fácil salir del aparcamiento,



Se acercó al automóvil, cuando iba a introducir las llaves escuchó voces en el interior, se quedó petrificada, ¿Quién podía haber dentro? Abrió la puerta sin necesidad de llaves, comprobó que había alguien dentro, dos personas, hombre y mujer, él estaba sobre ella en el asiento del copiloto, sobre el salpicadero había unas braguitas rosas con encajes blancos. Estaban en plan muy afectuoso, excesivamente afectuoso, él hacía movimientos hacia atrás y adelante con su trasero al aire, los pantalones los tenía bajados por debajo de las nalgas. Hasta entonces no habían reparado en Eduvigis. De pronto Eduvigis gritó ¿Qué hacen ustedes aquí?



El chico se volvió, tenia aspecto de lo que una niña bien como Eduvigis catalogaría como un “macarra”. Contestó: ¿Y a ti que coño te importa?, y cerró la puerta de un fuerte portazo.



Eduvigis se quedó sin respiración, se apartó del coche y se apoyó en el de atrás.

Eduvigis no sabía qué hacer, se quedó mirando a su coche, ahora con los cristales totalmente empañados por la respiración de la pareja. Pensó en irse en un taxi, pero cuando ya estaba convencida, un brusco acceso de amor propio la embargó, ¿Cómo me voy a marchar y dejar mi coche con dos desconocidos dentro como si fuera una nueva variante del fenómeno ocupa?, si me voy no veo más el coche. De nuevo se dirigió a la puerta. La abrió de un tirón: ¿Pero que pretendéis hacer vosotros dos? El macarra se volvió y le dijo: Tía, tu que quieres ¿que te hagamos un huequecito para participar en la fiesta?



A Eduvigis casi le da un soponcio, a ella que se había educado interna en un estricto colegio religioso, educada según las directrices de don José María, que no había conocido hombre (aunque ya iba siendo hora), ¿cómo le hablaban en ese tono?, que si quería participar en una orgía, donde íbamos a llegar, España se estaba llenando de rojos, ateos y degenerados.



Decidió marcharse a casa andando, el coche sólo le había causado ansiedad y disgustos. No obstante cuando trataba de distanciarse del auto su amor propio la vencía, en ese preciso momento sus amigas salían del bar de copas, animada por su presencia hizo un último intento para echar a los ocupas automovilísticos. Abrió la puerta, pero antes de que lograse abrir la boca el “macarra” se volvió hacia ella y le dijo: ¡Tía tu estas pá que te aten¡ Pero…¿Qué has fumao, colega?, Anda, vete a la mierda que yo me voy a echar un polvo tranquilo a otro sitio. El tío arrancó el coche y se fue dejando 50 euros de neumáticos en el suelo.



Las amigas de Eduvigis, no daban crédito a lo que veían, ¿pero qué te pasa Eduvigis? preguntaron.

¡Que me roban el coche!, contestó Eduvigis, mientras se apoyaba en el automovil que tenía detrás.

¡Pero como te van a robar tu coche si estás sentada sobre él!, ¿no ves que al coche que se ha ido le falta la pegatina de “Rajoy comunista, Esperanza presidenta” que llevas tu en el cristal trasero? ¿es que tú te crees que el único Seat Ibiza Azul que hay en Sevilla es el tuyo?, ¡anda mírale la matrícula hija!.

Eduvigis intentó que se la tragase la tierra, pero el suelo estaba muy duro, en cambio le dio un "patatús" y sus amigas tuvieron que pedir agua en el bar para echársela por la cara. Necesitó media docena de Valiums para recobrar la calma



Pedro R. Espejo

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